25 años de Scarface y ya ni siquiera nos acordamos dónde vimos esa estampa de Tony Montana por primera vez, recitando su gran frase, mientras muestra su arma: ¨¿Quieres decir hola, a mi amiga?¨. En realidad, no importa tanto el cuándo, y el dónde, ves una película como éstas. De todos modos, te la vas a encontrar por todas partes, especialmente si vas a ciudades donde existan esas legendarias ¨Pequeñas Havanas¨ o ¨Pequeñas Italias¨.
En efecto, por estos días se cumple un cuarto de siglo para un mito que en realidad es mucho más viejo que eso. La primera Scarface había sido otra excentricidad del millonario Howard Hughes, digamos que el verdadero pionero del cine independiente, pues siempre filmó lo que le dio la gana (sí, Hughes, ése mismo, el que murió loco después de haber sobrevivido a tres accidentes de aviación.).
Y entonces, esta primera Scarface había sido estrenada en 1932, y el viejo ¨Tony¨ se apellidaba ¨Camonte¨, y era italiano, y créanme, caros o baratos lectores: en la Caracortada Uno, hay ostensiblemente más bala que en la Caracortada Dos. La cosa era más emocionante en 1932.
Más que un mito, Scarface también es uno de los grandes antihéroes del siglo XX. Fácilmente lo puedes incluir al lado de otras grandes leyendas antagonistas del celuloide como Freddy Krueger, Bonny and Clyde, Larry Flint; Homero Simpson o, para no ir muy lejos, el nunca bien ponderado Guasón de Batman.
Con lo que respecta a la Caracortada de Brian De Palma, tanto como a la de Hawks, debe ser difícil plantear un guión donde el peso moral de nuestro héroe es tan liviano como un catarro de pajarito. Sin embargo, harto es sabido que los facinerosos siempre han ejercido una inexplicable fascinación al interior de las masas cinéfilas. Basta con seguir la lista de antihéroes como los Asesinos Por Naturaleza, Taxi Driver y…
Pare de contar. Podríamos correr el riesgo de saltarnos de la pantalla a la realidad, y terminar hablando de Pablo Escobar, o del Che Guevara. De nuevo.
Pero más allá de antihéroe y mito, Scarface es el estadio paroxístico donde la cultura norteamericana se burla de sí misma. O sea: del producto pop por excelencia.
Encontramos en Scarface elementos culturales tan arraigados como el dinero, el poder y el ensueño. Sí. Pero también encontramos todo un tinglado de promoción cultural, totalmente exógeno a lo que es el fenómeno cinematográfico en sí. No basta con hacer sólo un relato de dioses. También hay que ponerlo en perspectiva y comercializarlo como parte esencial de nuestras cotidianidades. De hecho, la trama Scarface desborda lo anecdótico de un gangster y va a remontarse hasta el mismo punto neurálgico de su origen. No sería nada raro que algún despistado encontrara señales de un proyecto nacional en los esquizofrénicos e imprevistos giros conductuales de Tony Montana.
¿Quién dijo ¨hagamos una peli¨?
Según la historia, Howard Hawks se atribuye haberle sugerido una versión a Howard Hawks, según las aventuras de Al Capone. Ben Hecht, por su parte, dice haber hecho de primeras la petición, basado en el mito ¨Los Borgia¨ (¿recuerdan esos hermanos incestuosos?). Hughes alude a la adaptación de una novela de 1930 y, Oliver Stone, guionista de la segunda parte, dice que, sea lo que sea, al Capone real le daban mucha risa las películas de gangsters. Mientras al resto de los estadounidenses les parecían electrizantes, a Al le parecían ridículas. Cabe preguntarse ahora ¿cómo le parecerían a Al Capone los nuevos mitos del mundo gangsteril?
Sigamos mejor indagando en el elemento en sí, y revisemos el caso Scarface.
¿Seguirá vigente después de 25 años?
Sin duda, que lo sigue. Hoy en día la leyenda continúa. Muchos creen que Tony existió en realidad, contrario a lo que pregonaban críticos tan eminentes con Cabrera Infante: ¨Para juzgar estéticamente a Caracortada es necesario saber lo que quiere decir ´Trash´…¨¨… melodrama que quiere ser tragedia…¨. Al final de cuentas, la única luz arrojada por la historia dice que Scarface proviene de una obra literaria escrita por un tal Armitage Trail, publicada en 1930.
Pero hagamos foco en nuestro héroe. Nunca los estereotipos habían tenido un pico tan alto. El problema esencial de Tony es el problema esencial de todos los mafiosos del mundo. O sea. Hablamos de la búsqueda de honorabilidad. O.k. Tony, ya has logrado lo que querías: nadas en dólares; el mundo es tuyo; tienes una muñeca en la cama; pero ahora ¿qué? Sea whisky, o séase cocaína, existen otros problemillas qué solucionar, como la aceptación social, por ejemplo, o como tu imposibilidad de reconocerte en los espejos, o tu incestuosa adoración por tu hermana, o tu muy probable impotencia sexual expresada en el gusto exacerbado por las armas. Hay tantas cosas, Tony. ¿Qué tal tu madre lanzándote tu muy personal sueño americano a la cara? Bueno, si hubieras estado en el Colombia de los 80´s, quizás tu madre te hubiera elegido como el hijo predilecto por ser quien llevabas más dinero a la casa, sin importar su origen. (Tal vez, si muchas madres colombianas hubieran actuado como actúa la madre de Tony Montana, se hubieran evitado muchos derramamientos de sangre), ¿fue la figura materna la gran sustentadora del narcotráfico en Colombia? Harina de otro costal. En el caso de Scarface no lo fue. Era Estados Unidos, un país donde se puede vivir dignamente. Bueno, y eran los setentas.
¿Es inverosímil esta parte del guión? Es muy difícil precisarlo. Quizás aún muchas madres, en serias necesidades económicas, celebren la llegada de dinero sucio, o limpio, al hogar, especialmente en países en vías de desarrollo. Es muy doloroso todo esto. Tony Montana, de alguna manera, conoce el escenario donde se desenvuelve y, como buen mafioso, quiere ser el único de la familia que se quiere untar. Eso lo quiere dejar bien claro. Su hermana no es como él. Cuando va a visitarla, se muestra seriamente enfadado con su socio por haber escuchado un halago de éste último. ¨Ella no es como tú¨, dice Tony.
Claro que sigue vigente Scarface después de 25 años, muy a pesar de que la comunidad cubana no se hubiera visto reflejada en la escoria camuflada del Mariel. Pero es que Tony Montana, como pudo ser un italiano en los 30´s, también podría ser de otro país en pleno siglo 21, como lo fue en su momento el gangster de turno.
El asunto es que Scarface, ahora, es un sello, una impronta, un invento demasiado astuto de alguien llamado Howard Hughes y que en los ochentas nos sirvió como pretexto para mirar el paisaje de Miami. Como ayer pudo ser el whisky y hoy la coca, mañana podría haber gangsters de cualquier otro bien, cuya principal característica sea su carácter prohibitivo, y cuyas tragedias nos sirvan también como pretexto para ver el paisaje de otras ciudades, o por lo menos para medir el estado mental de una comunidad determinada, y cualquiera que sean esos Tonys Camonte seguro, seguro, seguro, estarán allí para capitalizar ese pasaporte a la honorabilidad. Un pasaporte sin duda demasiado resbaladizo.
Sigamos moviendo la cámara y hagamos autofocus en la cicatriz de Tony, en sus camisas de seda italiana, en su pecho expuesto al aire mientras sus cadenas de oro juegan con su virilidad enmarañada. No hay mucho para inferir. Los manuales mismos de Hollywood dicen que si quieres caracterizar un malo, lo mejor es ponerle un defecto físico. Para la imaginería popular, a un nivel inconsciente, los defectos físicos son una metáfora de algo que está fallando en el alma de esa persona. No digo más. Esa es la lógica a la que nos debemos enfrentar.
Termino, para googlear, con un listado de antecedentes claves en la mitología del bajo mundo:
¨Bajomundo¨, considerada la primera película bajofondera en la historia del cine. Sus efectos fueron dudosos, pues el cine era mudo para entonces y el alma de una película, tipo Caracortada, es el sonido de los balazos. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pa! ¡Pa!
¨El pequeño césar¨ (1930)
El Enemigo público (1931)
Y si de verdad, usted quiere sacar la esencia del género pruebe a sonorizar un balazo. Tendrá que falsear el efecto con el audio de un cañonazo.