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6 COPAS BAJO TIERRA
Diciembre 23, 5:32 p.m.
Llegué, como quien dice, a descubrir el espíritu de Gardel. Pero lo único que me encontré fueron las sobras de Patricia Kaas y los cigarros estripados en el cenicero de Mr. Marvin Gaye.
- Quien quiera que sea ese Gardel te lo tendrás que inventar – me dijo la mesera, una de estas gringas deliciosas.
Tenía el pelo suelto en un momento dado, pero después se hizo un par de aquellas coletas que suelen sacarlo a uno de este mundo. A decir verdad, estaba bien lo del lounge, al menos por lo que quedaba de luz solar. Gardel no hubiera estado muy correcto dadas las circunstancias. Y es que cuando voy a un bar, hoy en día, busco que me dejen en paz. No busco historias. No busco conversación ni que me traten con lambonerías ni con dramas. Busco que me atienda gente feliz, pero seria; tan seria como los tiempos que corren o como una patada en los testículos. Tan seria como la imagen de una cascada en un calendario.
Luego, fue cuando me enteré que aquí es donde solía almorzar Chaplin. Sí, ya sé que ello no dice demasiado a la mayoría. Pero, al frente, cruzando la calle, quedan los Kaufman Studios. A cinco cuadras vivo yo y muy lejos de allí me gano la vida orientando a los turistas despistados del Lincoln Center. Ya saben, uno de esos trabajos que se inventa la ciudad para generar empleo.
¿Y por qué nunca me había dado por entrar? Por bobo. Por poner mi cabeza en Marte todo el tiempo, y por haber estado metido en una de esas relaciones. Ustedes saben.
Jueves, 08: 30 p.m.
Vuelvo. Segunda vez esta semana. Misma camarera. Misma música. Woopie Goldberg cena junto a un rubio quien mira a Woopie Goldberg enamoradamente. Según leí en el Times; la Goldberg lleva bastante sin filmar, lo cual me deja sin absolutamente nada para declarar. No tendría ningún comentario que formular al respecto. Que Woopie Goldberg filme, o deje de filmar, me deja sin reacción.
En el bar, hay una sección llena de confortables sofás y juegos de mesas y yo estoy allí, escribiendo y leyendo, hablando de mí en tercera persona como los tontos. Leyendo y escribiendo, escribiendo y leyendo. La camarera lleva el pelo suelto y luego se hace un par de aquellas coletas que me suelen sacar de este mundo. A continuación se pone una boina pero no le favorece, pues tiene una quijada bastante prominente y a las mujeres de quijada prominente no les luce ponerse boinas. No me pregunten por qué. Sólo hagan la prueba; busquen una amiga de quijada prominente y póngale una boina a ver cómo les parece. A mí, personalmente, me parecen muy seductoras las mujeres de quijada prominente, pero el efecto se invierte si se ponen una boina. Esta hembra me encanta así, sin boina y con quijada prominente. Me siento como Hemingway en París: desolado, pobre, hambriento y enamorándome de las camareras.
Nada más hay un diferencia: que Ernest reinventó la literatura y era un genio. Yo ni lo uno ni lo otro. Ernest era gringo y bien parecido; yo… ni lo uno ni lo otro. Hemingway escribía en papel normal y era muy disciplinado; yo escribo en servilletas. Y muy de vez en cuando, y especialmente, cuando estoy borracho.
Tercer día
Por mis investigaciones, he sabido que en los Kaufman Studios se hicieron las primeras temporadas de Sesame Street. La gente que viene aquí es toda de ese tipo; como productores, y realizadores de televisión.
La de hoy, ha sido una tarde muy productiva; he estado escribiendo durante tres horas. y creo que me siento numb. Mi camarera favorita se toca el cuello y me hace sentir mejor. Hoy lleva un extraño diseño tendiente a ser una forma de recogerse el cabello. De todos modos, le queda bien.
Es bueno volver a tener mucha energía para nada, excepto para leer y escribir.
Cuarto viernes
Seis copas, para un lugar como éste, es demasiado. Éste es un sitio cool y costoso. Un sitio donde la gente no suele tomar en exceso y el vino es un pretexto. Aquí la gente viene a hacer negocios, a estrechar lazos laborales y a mostrarse, lo cual constituye el sinónimo moderno de la amistad, la versión americana del socialismo. Quiero ser una máquina, pienso, mientras escucho al vocalista de Depeche Mode, cantando en solitario. Uno de los mejores álbumes de la historia, según my personal top 40. Es el bar donde solían comer Charles Chaplin y Carlos Gardel y yo estoy totalmente borracho, pero quiero que no se me note. A cientos, miles de kilómetros de aquí, 44 millones de colombianos cantan el “Faltan cinco pa’las doce”. Qué bien me siento en Astoria con Gardel y Chaplin bien muertos. Mi regalo de fin de año sería el número telefónico de mi mesera favorita. Y una sonrisa. Pero ni lo uno ni lo otro hasta el momento. Soy un tipo bastante tímido. Massive Atack como banda sonora. Me incorporo. Ella me ve y yo camino tratando de simular sobriedad. Ella, la camarera de mis desvelos, viene con dirección a mí. Me paro al lado del baño. Estoy tiritando con el aire característico de todo lo lounge. Esta noche no hay coletas ni boinas. Pienso que debería preguntarle algo, tal vez invitarla a salir… No. Muy apresurado. Y si le pido el teléfono, de una, sin anestesia… No; demasiado precipitado.
Mejor le pregunto el nombre:
- ¿No coletas esta noche? – Le digo.
- No coletas – me dice meneando la cabeza.
Mira tímidamente al suelo. Debe ser algo en la punta de sus zapatillas marca Puma. Me pregunto qué hace ella allí, tan cerca de mí, pero no se lo digo; dejo que permanezca donde está, en el lugar donde se hace fila para el baño de hombres. Toda una ovejita en jaula de tigres. Tiene una camiseta de beisbolista con número en la espalda.
- ¿Cuál es tu episodio de Six Feet Under favorito? – Le pregunto.
- ¿Qué es lo que más odias? – Me contesta ella.
Alguien sale del baño. Es mi turno.
- Permiso. – digo a la camarera y la dejo ahí, parada en la fila de hombres.
Desde adentro, escucho que alguien toca la campana y un grito de “Salen papas fritas!, Sale cheese burger!”. Orino con satisfacción; mi buena suerte me deja dispuesto a todo. Antes me he cagado del susto, pero ya he cogido fuerzas, un segundo respiro; es que ella se me vino así, de sorpresa.
Afuera del baño trato de buscarla pero se ha ido ya. Es tarde. Me ha dejado una nota con el bus-boy: “Éste era mi último día en Nueva York, salgo a primera hora para California. En un mes me enrolaré en el Army como odontóloga. Gracias por tu consejo de la boina en la servilleta del otro día. Me hubiera gustado mucho conocerte. Mi episodio favorito de Seis Pies Bajo Tierra fue ese de la segunda temporada, donde hablan de lo importante que resulta saber decirse Adiós. Besos. Kristine.”
Salgo de aquel bar y el frío de la calle me arrebata la ebriedad. Escribo en la nieve: “lo que más odio son esos días de fin de año, donde todo se vuelve cruel”. Mi dedo índice se congela. Mañana he de alquilar la segunda temporada de Six Feet Under. Completa.
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