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2009





ARQUEOLOGÍAS DEL LUGAR





Era marzo. Tal vez abril, no estaba muy seguro. De un tiempo para acá había perdido los meses y también los días. Solía sufrir esa suerte de extravíos. También le pasaba con la puntualidad y con aquellos otros cachivaches antes de salir de casa, como las llaves, la billetera, los certificados. Bajó por la Calle Ochenta y la mañana le pareció soberana. Sol, brisa, ganas de volver a escribir. Allí estaba ese tren, ese edificio, ese parque de diversiones abandonado. Ese puente. Esa ciudad de pájaros tristes. Esos turistas locos, quienes en busca de un mar tropical, habían encontrado un paraíso de calles melancólicas, cubiertas con nieblas frías, muy perfumadas de marihuana.

Pasó por el cementerio y se detuvo un poco a leer los mensajes que los dolientes dejaban a sus muertos sobre las lápidas de las tumbas: "Caliche, nunca te vamos a olvidar”/ "Ana: aquí vendré cada domingo a traerte estas flores hasta el fin de mis días, porque sé que nuestro amor es eterno"; / "Querida madrecita: a Juancho nunca le va a faltar nada; tus hijos...". /

Entonces, evitó la lista de nombres a continuación en el sector de bóvedas y pensó que la cultura popular era feliz llenándose de promesas ingenuas que nunca irían a cumplir. Aquello le fastidiaba un poco. Allí estaban esos muertos, esas fosas comunes de un cementerio municipal al que la ciudad gustaba ignorar. Letreros de tintas rojas al aire. Vio rosas marchitas. Dibujos borrosos; escudos del Depotivo Independiente Medellín; corazones de tiza; botellas vacías de Aguardiente Antioqueño.

Una pareja rodeaba la arboleda, pero parecían no estar visitando las tumbas. Tan sólo parecían estar caminando por ahí; paseando y charlando; merodeando un poco. Más bien parecían una suerte de sombras fugadas; ese tipo de colegiales que se escapan de clase para ir a solucionar asuntos sentimentales. Vaya escena, que le parecía ajena en todo caso. Aunque en un pasado, no muy remoto, hubiera sido el protagonista de una imagen similar, ahora, el oficio de escritor le había cambiado la mirada. Sentía que nunca volvería a entregarse al romanticismo con el mismo desinterés investigativo de los viejos tiempos. Ser un científico de la aventura humana significaba arrojarse a los brazos del escepticismo, la frialdad, el análisis clínico. Aún cuando, por causa del minuto suplementario, ya no podría darse el lujo de jugar con el amor. Ese ratón llamado corazón estaba casi muerto y era preciso engullírselo de una vez por todas. Había una época en la vida en que todo podía ser toque-toque. Pero esa época pasaba y se llegaba el momento de meter los goles. No fuera que ese arco se cerrara como en las tardes inspiradas de los malos guarda-metas o como en aquellos clásicos de-los-equipos-con-diez-hombres-líbrame-señor.

Enfocando la pálida silueta de los adolescentes, pensó que ya podría enlistar unas cuantas hipótesis acerca de cómo funcionaría el extraño mecanismo del sentimiento juvenil. El largo camino del conocimiento lucía suficientemente apasionante como para gastar el tiempo de la adultez en las tardías luces de la sabiduría. ¿Eran ésas, las nieves del tiempo, las que se habían anticipado y le habían llegado, a él, treinta años antes?

Los adolescentes se habían tomado de la mano.

¿Era la escritura? O... era el fin de la inocencia misma, la verdad revelada, la que se encargaba de robarnos la frescura del espíritu, dejándonos un velo de aridez y de excesiva tranquilidad sobre las dunas salvajes de la pasión. Ya no podía ser el muchachito aquel. La bondadosa ansiedad se había convertido en causa perdida. El arrojo; el deseo arrebatado; la traslucida entrega; se le presentaban como cimas insuperables. Fronteras de un ayer que había sido arduamente conquistado; banderas de un recuerdo futurista. Necesitaba salir del cementerio y eso era todo lo que podría interesar a cualquier sujeto cuerdo de los últimos años del siglo 21. Así que guió sus pasos por las postrimerías de la universidad pública. El cementerio limitaba con ella. Buscó una puerta en el lugar indicado.

Al salir del cementerio, la universidad, los trenes, ese edificio, ese parque de diversiones abandonado. Ese puente. Esa ciudad de pájaros tristes. Esos turistas locos, los carros, la ciudad entera, habían desparecido.
 
 


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